La casa permanece en un silencio de aquellos,
un silencio de estos,
un silencio de bronce
que no se amolda a este crisol entre calizas.
Los labios se resecan en la intención
de por lo menos respirar,
pero subsisten en intentos vagos,
macilentos, asiendo humo
y terciando gestos a un espejo sordomudo.
Este silencio es la permuta del murmullo,
de la música que ceden las sonrisas
y agudizan surcos en las comisuras
que ahora cantan, ahora gritan, ahora piensan
y se extrañan del relente de las paredes con eco.
La acústica de las humedades y el roce
se hace todavía más latente
cuando las habitaciones son blancas
y rezuman los vestigios de jaleo y algazaras